¿Por qué la terapia es importante para afrontar la pérdida de un recién nacido?

La pérdida de un ser querido es sumamente dolorosa, desoladora y angustiante, pero cuando perdemos a un hijo, y en especial, a un recién nacido, la pérdida se vuelve desgarradora y casi imposible de sobrellevar, por eso la terapia es importante en este tipo de situaciones, pues el dolor necesita ayuda para sanar.

¿Por qué la terapia es importante para afrontar una pérdida?

Cada persona va construyendo su vida de forma diferente, con metas y sueños, pero dicen que lo más valioso son las relaciones que vamos cosechando, con nuestros amigos y familiares, por eso la pérdida de un ser querido es tan profunda y dolorosa. Sin embargo, perder un hijo, es la mayor tragedia que podría experimentar una persona.

La culminación de un embarazo suelen ser momentos de dicha absoluta, la celebración de una nueva vida, la poderosa vulnerabilidad de un recién nacido y todo lo que entraña su porvenir, pero lamentablemente, también en estas circunstancias puede ocurrir una pérdida.

En este caso se puede hablar de dos casos:

  • Muerte perinatal, cuando ocurre entre las 28 semanas de embarazo y la primera de vida.
  • Muerte neonatal, cuando ocurre antes de cumplir los 28 días.

En ambos casos, realizar terapia es sumamente importante. Toda pérdida entraña un proceso de duelo y este tipo de casos no sería la excepción, a pesar de que pueda existir cierto tabú cultural, no hay que restarle importancia sino todo lo contrario, enfrentar la pérdida, la confusión y el luto que desencadena la pérdida de un bebé.

El duelo se puede trabajar en terapia para poder retomar el equilibrio emocional, ya que gracias al acompañamiento psicológico se pueden restablecer los pensamientos y sentimientos asociados a esa pérdida, digerirlos, y sanar.

A veces dicen que la pérdida no se supera realmente, sino que se aprende a vivir con ella, y quizás eso sea lo más cerca que se puede estar de la sanación, ya que perder un hijo es como perder una parte de tu alma, sin embargo, aprender a sobrellevar el dolor sí es posible y no tienes que transitar este camino sola, la terapia es importante para afrontar la pérdida de un recién nacido porque nos ayuda a ver la continuidad del camino.

Buscar apoyo profesional es el primer paso para poder seguir adelante.

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¿Por qué la terapia es importante en los procesos de duelo?

La pérdida de un recién nacido es un duelo profundo, casi escabroso e infernal, por eso es tan importante la terapia, para poder sanar de la mejor manera posible y honrar la vida como centinelas del nuevo horizonte.

¿Cómo ayuda la terapia?

El trabajo terapéutico te ayudará en ciertos aspectos.

  • No culpabilizarse.

Liberarse de la culpa es clave, permitirse sentir dolor, frustración, enfado y estar vulnerable, no importa que las personas alrededor no lo entiendan. El proceso de duelo es personal y hay que darse tiempo.

  • Lidiar con la depresión.

Es totalmente normal atravesar un proceso de depresión ante la pérdida de un recién nacido, los duelos nos pueden llevar por caminos oscuros, pero es importante aceptarlos y transitarlos como una etapa del proceso, no quedarnos estancados.

  • Propicia la comunicación

También es muy normal que surjan problemas en la relación de pareja.

El tiempo, el espacio y la buena comunicación son vitales, y la terapia puede ayudar en todo esto, especialmente en la comunicación de pareja. Es importante que no se asuman los sentimientos o necesidades del otro, darse la posibilidad de descansar, ya que el duelo agota profundamente, tanto la mente como el cuerpo, y cuidarse. Propiciar la buena alimentación y el dormir las horas adecuadas, aunque parezca complicado o imposible, es fundamental.

Hablemos desde las vivencias.

A partir de ahora comenzaré a relatar una experiencia profesional en la que uno de mis pacientes tuvo que afrontar la pérdida de un recién nacido, y por qué la terapia es importante para atravesar el proceso de duelo.

Llevaba unos pocos años en ejercicio de mi profesión, cuando llegó a mi consultorio Hache, de 28 años. El motivo de consulta era una especie de crisis laboral ya que recién recibida de licenciada en Nutrición, le costaba insertarse en el mercado laboral.

Estaba en pareja hacía 4 cuatro años y en convivencia hacía dos. Si bien ser madre era un objetivo, no lo era a corto plazo ya que antes necesitaban estabilizarse económicamente, crecer y afianzarse en su profesión.

Llevábamos aproximadamente tres meses de tratamiento cuando quedó embarazada.

Tal cual sus palabras: no fue buscado pero sí muy bienvenido. Los temas en sesión alternaban entre su profesión, la necesidad de mudarse (ya que vivían en un monoambiente), quién cuidaría al bebé mientras ellos trabajaban, entre otros.

Transcurridos dos meses de embarazo recibe la noticia que esperaba mellizos. Mi paciente no salía de su asombro, no había antecedentes en la familia, estaba tan feliz como preocupada y asustada, por lo que implicaría tener dos bebés.

Así fueron transcurriendo los meses, nuestro vínculo terapéutico se iba afianzando mientras su embarazo avanzaba y los mellizos iban creciendo normalmente, pero de forma repentina y con apenas seis meses de gestación, tuvo una cesárea de urgencia, ambos bebés corrían serios riesgos de vida. Mi contacto con ella era prácticamente a diario. Si bien estaba angustiada y muy asustada, iba sobrellevando la situación con admirable templanza y fortaleza. Los días fueron transcurriendo y, si bien los bebés seguían en incubadora, habían pasado los días más críticos. Una noche recibe una llamada desde la clínica y les piden que se acerquen cuanto antes.

Al llegar, les informan que uno de los bebés había fallecido, sin dar mayores explicaciones. Recuerdo ese llamado desconsolado de mi paciente, me costaba entenderle por la manera en que lloraba. Hoy lo recuerdo y me sigue conmoviendo como aquel día. A tan solo nueve meses de tratamiento, ya no solo no hablábamos de su profesión, tampoco del embarazo, sino del dolor desgarrador por haber perdido un hijo y el pánico de perder al otro.

En los siguientes dos meses las sesiones fueron en la clínica, a veces café mediante en la confitería del 2º piso (cuando su bebito se encontraba estable) y otras veces en los pasillos. Entendí que un terapeuta de duelo, entre otras cosas, debe flexibilizar el encuadre tanto como el paciente lo requiera.

Finalmente llegó el momento tan esperado, su bebé recibió el alta. Las sesiones pasaron a ser una vez por semana y en su casa. El miedo y la incertibumbre por momentos desbordaban a mi paciente, todo era amenazante. No se animaba a recibir visitas, tampoco a salir con el bebé pese a tener el ok de los médicos para hacerlo. Tampoco dejaba que nadie, salvo ella y su marido, lo tuviesen en brazos.

Luego de dos meses de nuestros encuentros semanales en su casa, en un momento se acerca con su hijo en brazos y con una voz temblorosa me dice: ¿lo podrías tener que voy a prepararle la mamadera? Intentando disimular mi sorpresa y emoción, lo tomé en brazos y sin decir ni una palabra, me dispuse a contemplarlo. Mi mente hizo un repaso vertiginoso de todo lo que había pasado en la vida de mi paciente el último año. Al cabo de unos minutos, con lágrimas en los ojos me dice: es la primera vez que me animo a dejar a mi bebé en brazos de otra persona que no sea Ale (su marido) o yo.

Simplemente nos tomamos de las manos y quedamos en silencio, ambas sabíamos que lo peor ya había pasado.

Hoy día ella no está en tratamiento pero nuestro vínculo quedó para siempre. Me estalla el corazón de felicidad cada vez que me envía fotos de su hijito, ya hoy con cinco años, hermoso y lleno de vida.

Claramente este fue un caso que me interpeló profundamente. Entendí que la muerte podía llegar a mi consultorio en el momento menos esperado.

Parafraseando al médico francés Adolphe Gubler: “Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre”. No son sólo las palabras las protagonistas en este tipo de procesos sino más bien el silencio en la compañía incondicional.

Terminamos el proceso agradeciéndole a la vida el habernos cruzado. Ella me agradecía por haberla acompañado y yo le agradecía habérmelo permitido.

Así fue como comencé mi camino de especialización de Terapeuta de Duelo.

Desde el acompañamiento incondicional se eleva la empatía para tratar de alcanzar el consuelo, y a veces, el milagro de la sanación, a través del apoyo profesional, por eso la terapia es importante para afrontar un proceso de duelo, y en especial, la pérdida de un recién nacido.

Buscar el apoyo necesario te puede acercar un poco más a la sanación.

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