¿Podemos hablar de fantasías que abrazan?

¿Cuál es el peso que tiene el reconocimiento del Otro en los jóvenes? ¿Cómo afecta a sus proyectos? Uno de los motivos de consulta más frecuentes en la clínica con adolescentes es la preocupación o queja de los padres en relación a que sus hijos, “no hacen nada”, pasan el día conectados a los aparatos electrónicos y no saben sobre sus vidas.

¿Cómo son los jóvenes y sus fantasías?

Es habitual encontrar a estos jóvenes sumergidos en fantasías asociadas a tener un cuerpo “perfecto”, ser populares o estar a la moda. Éstas, en ocasiones funcionan a modo de motor para lograr cambios positivos, como mejorar la alimentación, hacer ejercicio físico o socializar. Sin embargo, en determinados casos, las fantasías se alejan de la realidad objetiva, dejando a los adolescentes en un estado de impotencia y frustración constante respecto de su realidad actual. De este modo, encuentran un lugar más acogedor soñando que viviendo sus propias experiencias.

Cuando somos niños los adultos nos preguntan qué queremos ser cuando seamos grandes, entonces el cielo no tiene límites, y todos aquellos trabajos con uniformes y autos vistos son los más populares. Con el paso de los años, en algunos casos, esta pregunta inocente se traduce en un legado que se siembra internamente y comienza a crecer con nuestros padres de modelo. De esta manera, tener un título universitario, ganar dinero y ser exitoso reemplazan al bombero y al policía en el que soñábamos convertirnos.

¿Qué sucede en el medio? Los proyectos de la infancia pasan por el colador de la realidad dejando poco resto para soñar. Entonces, al llegar al secundario comienzan las expectativas sobre qué van a hacer y parece que los adultos tienen todas las respuestas que a los púberes les faltan. La oferta a volar con la imaginación comienza a cercarse en algunas pocas posibilidades “correctas” para ellos.

A esto sumamos que el despertar sexual y la rebeldía propia de la edad, cobran gran protagonismo y abogan por encontrar una vía de descarga. De esta manera los jóvenes quedan atrapados entre sus hormonas, el aquí y ahora, y el “deber ser”, sus proyectos y su futuro como adultos responsables, lo cual resulta ambivalente y aterrador. Volviendo al inicio de nuestro planteo, las fantasías adquieren el valor de un lugar seguro donde poder concretar aquello que en la realidad aparece distante.

Las fantasías pueden funcionar como un catalizador pero también pueden resultar frustrantes, por eso siempre será buena opción contar con apoyo profesional y personalizado, así los jóvenes pueden cultivar sus ensoñaciones como inspiración, sin terminar encerrados en ellas.

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¿A qué jóvenes les quiero hablar?

A estos jóvenes quiero dedicarme, aquellos que se presentan como el próximo “rockstar”, con frases como, “yo no quiero escribir un libro normal, quiero escribir un bestseller”, “voy a encontrar la cura para el cáncer”, “yo sé que puedo hacer algo que marque la diferencia.” Se presentan con un discurso tan entusiasta que uno llega a creer que se encuentra frente al próximo Steve Jobs. Sin embargo, se observa un obstáculo en común en cada uno de ellos, no logran avanzar más allá de sus proyecciones. Tanta es la exigencia y tan a corto plazo la expectativa de éxito que la frustración o “falta de inspiración” no tarda en asomar.

Lo que resuena de sus dichos es que sus metas se proyectan a la vuelta de la esquina, y no se escucha un plan, un recorrido, una experiencia ganada, incluso aparece cierto rechazo frente a la idea de lograr algo sin destacarse. De esta manera ocurre un desencantamiento respecto del mundo real que los deja en un estado de profunda insatisfacción e inacción, ya que las cosas no ocurren como esperan, y pasan a ser percibidos por su entorno como vagos. Ocupan el tiempo en juegos electrónicos donde quedan capturados por horas, y en redes sociales que muestran una perfecta visión parcial y construida con filtros, lo cual profundiza el estado de frustración e imposibilidad.

Las variantes de un futuro idealizado e inmediato que se plantean en la consulta son diversas, sin embargo el efecto suele ser el mismo: anula la posibilidad de acción, la posterga indefinidamente. Pierden de vista el trayecto que los llevaría a eso. La inmediatez de la demanda no permite intentos fallidos, progresos o superación. En muchos casos, el objetivo en sí mismo parece no tener que ver con saber más, con poder llegar a tener determinado nivel de vida o encontrar la cura para cierta enfermedad, sino con el reconocimiento que ello otorga. Es decir, no es la actividad en sí misma el verdadero deseo, sino el reconocimiento que esa meta implica: ser “Famoso”, tener determinado Título. El placer o la curiosidad en el hacer no aparecen en el discurso, tampoco el esfuerzo, dedicar tiempo, leer, aprender, experimentar. Sus palabras son significantes pesados pero que en sí mismos, vacíos de contenido. 

En una oportunidad se presentó a consulta un muchacho de 22 años, consultaba porque le costaba levantarse de la cama y hacer cosas. Aún tenía pendiente rendir materias del secundario, frente a las cuales no demostraba problematización alguna, “cuando tenga ganas estudio y las apruebo”. Sin embargo, no había pregunta en él respecto al hecho de que las ganas de terminar el colegio no llegaran nunca a ser las suficientes para sentarse a estudiar. 

Por otro lado, se describía como un autodidacta en programación, incluso aseguraba saber más que quienes cursan la carrera universitaria. No dudaba en que podría trabajar de eso y ganar buen dinero en el corto plazo. Al preguntar sobre las ofertas laborales que recibía, relataba que la gran mayoría las rechazaba argumentando diferentes cuestiones, que el trabajo propuesto no lo desafiaba o que lo que el pago ofertado no se correspondía con su trabajo.

El espacio de terapia permite poner en cuestión estos dichos y permitir que el consultante despliegue en detalle aquello que en el relato se reduce a una meta. Posteriormente aparece la sorpresa frente a la dificultad para entrar en detalle sobre su sueño a realizar, ese en el que tanto tiempo se invirtió, el que tantas veces se imaginó, empero, nunca se consideró cómo acceder a él. En ese momento es esperable que la frustración se traduzca en angustia y todo lo que creía saber con seguridad, adquiera un signo de pregunta. Las certezas se disipan y se inicia una nueva etapa, una que insta a moverse, a incomodarse, donde toca poner en juego a uno mismo, y cuando esto ocurre, cada paso cuenta.

En el consultorio se invita al joven a retomar sus fantasías, pero también su realidad. El punto de partida es aquel que nos da una perspectiva de hacia dónde avanzamos, a pesar de no tener todas las respuestas. Se acerca la vida adulta y no se puede dejar de lado quien es hoy al momento de proyectarse, aunque no sea su mejor versión, aunque las cosas no se vean a su gusto. Esta mirada es la que vale, es la que nos da el puntapié inicial. Desde aquí avanzaremos sobre un terreno firme, aunque no siempre llano.

Desandando caminos que se creían conocidos pero que, parado desde una nueva perspectiva permite una mirada diferente, las cosas se pueden apreciar de otra manera y las oportunidades se amplían nuevamente, como cuando era un niño. Ya no se carga con las expectativas de los demás, y esto permite que afloren las propias. Cuando un joven, próximo a salir al mundo, toma dimensión de sus capacidades puede sentir satisfacción sobre sus logros, ya no como logros mágicos, sino ganados con esfuerzo y voluntad, pero sobre todo con entusiasmo.

La clínica ofrece un lugar seguro, donde un profesional acompaña habilitando la posibilidad de abrir e indagar sobre el origen de este deseo de ser reconocidos por otro, en muchos casos por los padres, que proyectan sobre sus hijos el propio narcisismo. La propuesta es habilitar un espacio de confianza y seguridad donde poder dar rienda suelta al despliegue de la subjetividad y desde allí, construir un camino orientado y motorizado por el deseo del sujeto. 

Buscando que la realidad pueda presentarse más atractiva que el mundo de fantasías.

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